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curiosidad a Tumithak . ¿De dónde, oh Salvaje, has sacado una idea tan absurda?
El looriano quizá se habría enfadado ante el tono de su interlocutor, si la pregunta no le
hubiera dado un pretexto para abordar su tema preferido. Le narró al Esteta toda la
historia de su misión. Éste escuchaba con atención, tan interesado en apariencia, que
Tumithak fue animándose cada vez más.
Habló de su infancia, del hallazgo del libro, de la inspiración que éste le proporcionó.
Habló de sus años de preparación para aquel viaje, y de las aventuras que había corrido
desde su salida de Loor.
Era extraño el interés del gordo, pero a Tumithak, absorto en la historia de su misión,
no se le ocurrió pensar que el Esteta estaba ganando tiempo. Por eso, cuando terminó su
narración, quiso saber cosas acerca de los Elegidos que vivían en los corredores de
mármol.
 Nosotros, los que vivimos en estos corredores  comenzó el Esteta , somos los
elegidos de la raza humana porque poseemos lo único que los Sagrados Shelks no
tienen: el talento para crear belleza. Aunque los Amos son poderosos, carecen de
capacidad artística. Sin embargo, saben juzgar el mérito de nuestro arte, y por eso han
dejado en nuestras manos el procurarles las bellezas de la vida. Ellos nos encargan todas
las grandes obras artísticas que decoran sus maravillosos palacios de la Superficie. Las
obras maestras que has visto en las paredes de estos corredores han sido realizadas por
mí y por mis conciudadanos. Los bellos cuadros y las estatuas que verás luego en nuestra
plaza central son obras devueltas por los Sagrados Shelks. ¿Puedes imaginar la belleza
de las piezas aceptadas, de. las que han llegado a la Superficie? A cambio de nuestro
trabajo, los shelks nos alimentan y nos facilitan todos los lujos imaginables. De toda la
humanidad, hemos sido elegidos como los únicos dignos de ser amigos y compañeros de
los amos del mundo.
Se detuvo un instante, agotado por lo que para él era, sin duda, un discurso
excepcionalmente largo. Después de tomar aliento unos minutos, prosiguió:
 Aquí, en estos pasillos de mármol, nacemos y somos educados los Estetas. Sólo
trabajamos en nuestro arte, y sólo cuando deseamos hacerlo. Nuestras obras son
cuidadosamente analizadas por los shelks, y las mejores se conservan. Los artistas que
producen estas obras... escúchame con atención, salvaje... ¡los artistas que producen
esas obras son llamados para formar parte de la gran comunidad de Elegidos que viven
en la Superficie, y pasan el resto de sus vidas decorando los magníficos palacios y
jardines de los Sagrados Shelks! Son los más afortunados, pues saben que sus obras son
elogiadas por los mismísimos Señores de la Creación.  Jadeaba de esfuerzo después
de haber hablado tanto, pero continuó con decisión : ¿Te extraña, pues, que nos
sintamos superiores a los hombres que han llegado a ser poco más que animales, poco
más que conejos agazapados en sus madrigueras a muchos kilómetros bajo el suelo?
¿Te asombra que...?
Su discurso fue interrumpido por un sonido que llegaba del exterior. Era una sirena,
cuyo tono se hizo cada vez más agudo, hasta que pareció superar la máxima frecuencia
que puede captar el oído humano. Con súbita prisa, el Esteta se volvió de costado. Intentó
bajarse de la cama, consiguiéndolo después de varias tentativas. Anduvo con torpeza
hasta la puerta y luego se volvió.
 ¡Los Amos!  gritó . ¡Los Sagrados Shelks! Han venido para llevarse otro grupo de
artistas a la Superficie. Sabía que iban a venir pronto. Salvaje, y por eso he soportado tu
larga y aburrida historia. Intenta escapar si puedes, aunque sabes tan bien como yo que
nada escapa a los Amos. ¡Y ahora voy a decirles que estás aquí!
Cerró de un portazo la puerta en las narices de Tumithak y desapareció.
Tumithak se quedó en la habitación, incapaz de moverse. Le parecía increíble que los
shelks estuvieran tan cerca. Estaba seguro de que la puerta se abriría de un momento a
otro; los espantosos seres arácnidos entrarían en tropel y acabarían con su vida. Se vio
en una trampa sin posibilidad de escapatoria. Tembló de miedo, pero luego y como
siempre, se avergonzó de su reacción y procuró dominarse. Aún temblando fuertemente a
causa de lo que estaba a punto de hacer, se acercó a la puerta y la observó con cuidado.
Había decidido que más valía tratar de escapar por el corredor, y no esperar allí a ser
capturado por los shelks. Le costó varios minutos el descubrir cómo funcionaba el cerrojo,
pero luego abrió la puerta y salió al corredor.
Por fortuna, no había nadie en la zona donde estaba Tumithak, pero a lo lejos aún se
veía al obeso Esteta meneándose pesadamente. Otros, casi tan gordos como él, se le
acercaban; todos avanzaban con tanta rapidez como les permitía su gran peso,
evidentemente hacia la plaza de la ciudad. Tumithak los siguió a distancia prudencial y,
poco después, vio que enfilaban otro pasillo. Se aproximó con cuidado a la encrucijada, y
decidió matar cuanto antes al gordo que pensaba traicionarlo. Hizo bien al acercarse con
cautela, pues cuando se asomó vio que estaba a menos de treinta metros de la plaza
mayor.
Jamás había visto una plaza semejante. Era una inmensa bóveda circular de más de
cien metros de diámetro, cuyo suelo de mármol teselado y paredes con relieves ofrecían
un espectáculo que obligó a Tumithak a ahogar un grito de admiración. Había estatuas
montadas sobre pedestales de diferentes colores, y maravillosos tapices colgaban de los
muros. La plaza estaba casi abarrotada de Estetas, ya que había más de quinientos.
Mas no fue la bóveda, ni su decoración, ni sus ocupantes lo que más impresionó a
Tumithak. Sus ojos estaban fijos en el gran cilindro de metal que se hallaba en el centro.
Era idéntico al que había visto en bajorrelieve a su llegada: de cinco o seis metros de
longitud, montado sobre cuatro gruesas ruedas y, según acababa de ver, provisto de una
abertura redonda en la parte superior.
Mientras miraba, varios objetos salieron volando por la abertura y aterrizaron
suavemente delante de la multitud. Uno tras otro, como muñecos de una caja de resorte,
salieron de la abertura y, cuando tocaban ágilmente el suelo, los Estetas prorrumpían en
una ovación. Tumithak retrocedió precipitadamente; luego, cuando su curiosidad pudo
más que su cautela, se atrevió a mirar de nuevo hacia la rotonda. ¡Por primera vez en
más de cien años, un hombre de Loor veía un shelk!
Su alzada era como de un metro veinte, y en efecto parecían arácnidos, como relataba
la tradición. Vistos de cerca, no obstante, se advertía que el parecido era sólo superficial.
Aquellos seres no eran peludos, y tenían diez patas en lugar de las ocho que posee un
verdadero arácnido. Las patas eran largas, con tres articulaciones, y al extremo de cada
una se veía una garra corta y rudimentaria, muy semejante a una uña. Dichas patas se
distribuían cinco a cada lado, y se unían con el cuerpo entre la cabeza y el abdomen. Éste
era muy parecido al de una avispa y aproximadamente del mismo tamaño que la cabeza,
que, por cierto, era lo más sorprendente de aquellos seres.
En efecto, era una cabeza humana: los mismos ojos, la misma frente ancha, una boca
de labios apretados y delgados, y la barbilla, daban a la cabeza de los shelks una
sorprendente expresión humana. Sólo faltaban la nariz y el cabello para que el rostro
fuese enteramente el de un hombre.
Mientras Tumithak miraba, ellos pasaron a ocuparse del asunto que los traía al mundo
subterráneo. Uno de ellos sacó un papel de una bolsa que colgaba de su cuerpo, lo cogió [ Pobierz caÅ‚ość w formacie PDF ]

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