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división fundamental, organiza toda la percepción del mundo social, se impone al universo
social, es decir, no sólo a la economía de la producción material sino también a la economía
de la reproducción biológica. Por ello se puede explicar que, en el caso de Kabilia y en
muchas otras tradiciones, la obra propiamente femenina de gestación y de alumbramiento
se encuentra como anulada en favor de la obra propiamente masculina de fecundación. En
el ciclo de la procreación, al igual que en el ciclo agrícola, la lógica mítico-ritual privilegia
la intervención masculina, siempre marcada, con ocasión del matrimonio o del inicio de la
labranza, por ritos públicos, oficiales, colectivos, en detrimento de los periodos de
gestación tanto la de la tierra como de la mujer, que no dan lugar más que a
manifestaciones potestativas y casi furtivas: de un lado, una intervención discontinua y
extraordinaria en el curso de la vida, acción arriesgada y peligrosa de apertura que es
lograda solemnemente -a veces, como a propósito de la primera labranza, públicamente,
frente al grupo-; del otro, una suerte de proceso natural y pasivo de hinchamiento en el cual
la mujer o la tierra son el lugar, la ocasión, el apoyo, el receptáculo, y que no exige más que
prácticas técnicas o rituales de acompañamiento asignados a las mujeres o actos "humildes
y fáciles" destinados a asistir a la naturaleza en su labor, como la recogida de la hierba para
los animales, y por ende condenadas por partida doble a permanecer ignoradas: familiares,
continuas, ordinarias, repetitivas y monótonas, se realizan en su mayoría fuera de la vista,
en la oscuridad de la casa, o en los tiempos muertos del año agrícola.(74)
¿Cómo no ver que, aun si son aparentemente reconocidas o ritualmente celebradas,
las actividades asociadas a la reproducción biológica y social de la descendencia se hallan
todavía muy depreciadas en nuestras sociedades? Si pueden ser impartidas exclusivamente
a las mujeres es porque son negadas en cuanto tales y permanecen subordinadas a las
actividades de producción, únicas en recibir una sanción económica y un reconocimiento
social verdaderos. Se sabe que la entrada de las mujeres en la vida profesional ha
proporcionado una prueba asombrosa de que la actividad doméstica no es socialmente
reconocida como un verdadero trabajo: en efecto, negada o denegada por su evidencia
misma, la actividad doméstica ha continuado imponiéndose a las mujeres por añadidura.
Joan Scott analiza el trabajo de transformación simbólica que los "ideólogos", aun los más
antagónicos a la causa de las mujeres, como Jules Simon, han debido realizar, a lo largo del
siglo XIX, para integrar en un sistema de representaciones renovado esta realidad
impensable que es la "obrera", y sobre todo para rehusar a esta mujer pública el valor social
que debería garantizarle su actividad en el mundo económico: transfiriendo, por un extraño
desplazamiento, su valor y sus valores en el terreno de la espiritualidad, la moral y el
sentimiento, es decir, fuera de la esfera de la economía y del poder, se le niega tanto a su
trabajo público como a su invisible trabajo doméstico el único reconocimiento verdadero
que constituye en adelante la sanción económica.(75) Pero no hay necesidad de ir tan lejos
en el tiempo y en el espacio social para hallar los efectos de esa denegación de existencia
social: como si la ambición profesional fuera tácitamente rehusada a las mujeres, basta que
sean ejecutadas por mujeres para que las reivindicaciones normalmente otorgadas a los
hombres, sobre todo en tiempos cuando son exaltados los valores viriles de afirmación del
yo, sean de inmediato desrealizadas por la ironía o la cortesía dulcemente condescendiente.
Y no es raro que, aun en las regiones del espacio social menos dominadas por los valores
masculinos, las mujeres que ocupan posiciones de poder sean de algún modo sospechosas
de deber a la intriga o a la complacencia sexual (generadora de protecciones masculinas) las
ventajas tan evidentemente indebidas y mal adquiridas.
La negación o la denegación de la contribución que las mujeres aportan no sólo a la
producción sino también a la reproducción biológica, corre pareja con la exaltación de las
funciones que les son impartidas, en tanto objetos más que sujetos, en la producción y
reproducción del capital simbólico. Al igual que, en las sociedades menos diferenciadas,
eran tratadas como medios de intercambio que permitían a los hombres acumular capital
social y capital simbólico mediante matrimonios, verdaderas inversiones más o menos
arriesgadas y productivas que facultaban a establecer alianzas más o menos extensas y
prestigiosas, en la actualidad intervienen en la economía de los bienes simbólicos en tanto
objetos simbólicos predispuestos y encargados de la circulación simbólica. Símbolos en los
cuales se afirma y se exhibe el capital simbólico de un grupo doméstico (hogar,
descendencia, etc.), ellas deben manifestar el capital simbólico del grupo en todo lo que
contribuye a su apariencia (cosmética, indumentaria, etc.): por eso, y más que en las
sociedades arcaicas, están colocadas en el ámbito del parecer, del ser percibido, del
complacer, y les incumbe volverse seductoras mediante un trabajo cosmético que, en
ciertos casos, y sobre todo en la pequeña burguesía de representación, constituye una parte
muy importante de su trabajo doméstico.
Al estar así socialmente inclinadas a tratarse a sí mismas como objetos estéticos, destinados
a suscitar la admiración tanto como el deseo, y en consecuencia a atraer una atención
constante a todo lo relacionado con la belleza, la elegancia, la estética del cuerpo, la
indumentaria, los ademanes, se encargan de manera natural, en la división del trabajo
doméstico, de todo lo relacionado con la estética y, de modo más amplio, de la gestión de la
imagen pública y las apariencias sociales de los miembros de la unidad doméstica, los
niños, pero también los maridos, que les delegan con harta frecuencia la elección de su
ropa. Ellas asumen también el cuidado y la preocupación del decoro de la vida cotidiana,
del hogar y su decoración interior, de la parte de gratuidad y finalidad sin fin que encuentre
siempre ahí su lugar, aun entre los más desheredados (los apartamentos más sencillos de las
ciudades obreras tienen sus macetas con flores, sus adornos y sus cuadros). Son ellas
quienes garantizan la gestión de la vida ritual y ceremonial de la familia, organizan las
recepciones, las fiestas, las ceremonias (de la primera comunión a la boda, pasando por la
comida de aniversario y las invitaciones de los amigos) destinadas a asegurar el
mantenimiento de las relaciones sociales y de la irradiación de la familia.
Encargadas de la gestión del capital simbólico de las familias, están llamadas a trasladar ese
papel al seno de la empresa, que les confía casi siempre las actividades de presentación y [ Pobierz caÅ‚ość w formacie PDF ]

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