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suerte, que sería de mal agüero que no bebiese un trago a la salud del
valiente muchacho que se había incorporado a ellos en aquel día. Efectuó
el brindis, que fué contestado, como es de suponer, con muchos gritos de
alborozo, cuando el viejo capitán les participó que había hecho al
maestro Oliver un relato de lo ocurrido en ese día. Y como, añadió, el
afeitabarbas no tiene gran simpatía por el oprimecuellos, se ha unido a
mí para obtener del rey una orden mandando al preboste que suspenda todos
los procedimientos, con cualquier pretexto, contra Quintín Durward, y que
respete en toda ocasión los privilegios de la Guardia escocesa.
Siguió otro griterío, se llenaron de nuevo las copas hasta el borde
y se aclamó al noble lord Crawford, el bravo conservador de los
privilegios y derechos de sus paisanos. El buen lord tuvo, por cortesía,
que corresponder a este brindis, y deslizándose en el sillón preparado,
como sin reflexionar lo que hacía, llamó a Quintín a su lado y le hizo
muchas preguntas relativas al estado de Escocia y a las grandes familias
de allí, que éste tuvo la suerte de contestar, mientras, de vez en
cuando, en el curso de su interrogatorio, el buen lord besaba la copa de
vino por vía de paréntesis, haciendo notar que el amor al prójimo era
propio de caballeros escoceses; pero que los hombres jóvenes, como
Quintín, debían practicarlo con prudencia, no fuese a degenerar en
exceso, con cuyo motivo añadió muchas cosas excelentes, hasta que su
lengua, empleada en elogios de la templanza, comenzó a articular algo
cuyo estilo se salía del usual. Mientras el ardor militar de la compañía
aumentaba con cada botella que vaciaban, cuando Cunningham les exhortó a
brindar por nuevos triunfos de la Oriflamme (la bandera real francesa).
-¡Y que una brisa de Borgoña sea la que la haga ondular! -dijo
Lindesay.
-Con toda la energía que aun queda en este desgastado cuerpo, acepto
el brindis, muchachos -dijo lord Crawford-, y aunque soy viejo, espero
verla agitarse al viento. Oigan mis camaradas -pues el vino le había
hecho algo comunicativo-, sois fieles servidores de la corona de Francia
y no hay por qué ocultarles que hay aquí un enviado del duque de Borgoña
con un mensaje de agravio.
-Vi el equipaje, los caballos y el séquito del conde de Crèvecoeur -
dijo otro de los presentes- en la posada de allá abajo, en Mulberry
Grove. Dicen que el rey no le quiere admitir en el castillo.
-¡Que se encuentre con una respuesta desagradable! -dijo Guthrie-.
Pero, ¿de qué se queja?
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-De muchos agravios en la frontera -dijo lord Crawford-, y
últimamente de que el rey ha recibido bajo su protección a una dama de su
país, joven condesa, que ha huído de Dijon porque, estando bajo la
tutoría del duque, ha pretendido casarla con su favorito, Campo-basso.
-¿Y se ha venido aquí sola, mi lord? -dijo Lindesay.
-No del todo, sino con la anciana condesa, su parienta, que ha
accedido a los deseos de su sobrina en este particular.
-Y siendo el rey -dijo Cunnigham- el soberano feudal del duque, ¿se
interpondrá entre el duque y su pupila, sobre la que Carlos tiene el
mismo derecho que, en caso de su muerte, tendría el rey sobre la heredera
de Borgoña?
-El rey se atendrá, como acostumbra, a los dictados de la política,
y tú sabes -continuó Crawford- que no ha recibido a estas damas en
público ni las ha colocado bajo la protección de sus hijas, lady Beaujeau
o princesa Juana; de modo que, sin duda, está guiado por las
circunstancias.
-Pero el duque de Borgoña no comprende tales artificios -dijo
Cunningham.
-No -contestó el anciano lord-; y por eso es fácil que haya guerra
entre ambos.
-¡Por San Andrés, otra vez la pelea! -dijo Le Balafré-. Hace diez o
veinte años me pronostiqué que haría la fortuna de mi casa por
matrimonio. ¿Quién sabe lo que puede suceder si llegamos alguna vez a
pelear por el amor y el honor de las damas, como sucedía en los antiguos
romances?
-¡Citas el amor de las damas con tal expresión de cara! -dijo
Guthrie.
-Con no más expresión de amor que el que se puede sentir por una
mujer gitana -respondió Le Balafré.
-Alto ahí, camaradas -dijo lord Crawford-; no esgrimir armas
afiladas ni bromear con pullas que escuezan: todos amigos. Y en cuanto a
la dama, es demasiado rica para descender hasta un pobre lord escocés, o
de lo contrario, con mis ochenta años o muy cerca de ellos no dejaría de
pretenderla. Pero brindemos por su salud, pues dicen que es un portento
de hermosura.
-Me parece que la vi -dijo otro soldado cuando estaba de guardia
esta mañana en el recinto interior, pero no pude apreciar su belleza,
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